De Francia pasamos a Alemania, donde otros dos actores han trabajado al lado de grandes creadores. Con cierta ingenuidad, Rosaura Revueltas resume su relación con Bertolt Brecht en un texto llamado “Mi experiencia en el Berliner Ensemble”, que fue incluido por la UNAM en un volumen hecho para celebrar el centenario del poeta y director escénico.
De mucho mayor aliento, por el tiempo que ha tomado, ha sido la experiencia de David Hevia en el Theater an der Ruhr. En manos del brillante director Roberto Ciulli, Hevia se ha convertido en un actor con dominio de su instrumento creativo y, sobre todo, con clara conciencia de la función social del arte que practica.
Como Revueltas, en otra latitud y otro tiempo, la tenaz Inés Somellera ha logrado trabajar con uno de los directores de mayor éxito en el mundo. En el Festival Cervantino de 1999, pudimos comprobar su presencia en Persefone, el primer espectáculo de Bob Wilson que pisaba tierras aztecas.
Y así llegamos a los nombres de Renata Ramos-Maza, Sergio Canto Sabido y Judith Marvan quienes, desde hace 10 años (8 en el caso de Judith), pertenecen a una de las compañías más célebres del orbe: el Théâtre du Soleil.
Sin experiencia teatral previa, Renata abandonó la televisión mexicana para enterarse en España de la existencia de esta compañía. El modelo teatral heredado de la revuelta cultural de 1968 sedujo a la aspirante a actriz quien pasó todo un curso impartido por Ariane Mnouchkine sin poder siquiera pisar el escenario. “Cada vez que tomaba una máscara o un elemento para entrar a la improvisación, Ariane me detenía: ‘No estás lista para el escenario’. Entendí que o me hundía o aprendía de la experiencia; hice un nuevo taller y me quedé en la compañía”.
Proveniente del teatro corporal, Sergio Canto fue rechazado por todas las escuelas mexicanas “porque no terminé la prepa”, algunas de las cuales siguen rechazando sus propuestas para impartir talleres “porque digo que soy payaso”. Con entrenamiento en la Escuela de Etienne Decroux, Sergio llegó al Du Soleil para realizar importantes funciones en espectáculos cumbre como Tartufo y Tambores sobre el dique.
Curiosamente, la única de los tres con una formación profesional, Judith Marvan, tuvo que pasar un proceso mucho más largo para subir al escenario de la Cartoucherie. Egresada de la Escuela de Arte Teatral del INBA, fue “asistente del músico Jean-Jacques Lemêtre, responsable de grabar en video los ensayos, asistente de Ariane y, después de casi seis años, actriz en la compañía”.
La relación de todos estos actores con el teatro mexicano (exceptuando a Angelina Peláez) no implica hasta ahora una retroalimentación. “Nula, no sé lo que pasa ni conozco a nadie”, aclara Renata. “Yo quisiera aportar algo de mi experiencia; pero la última vez que propuse un taller en México, llegaron tres alumnos. No se le dio ninguna difusión”, afirma Sergio Canto.
Con la perspectiva de una gira con funciones en Tokio, Seúl y Sídney, Judith remata: “Ciertamente quisiera regresar. México me hace mucha falta. Aunque en mi última visita, al comprobar el desánimo de mis amigos actores, tuve por primera vez la sensación de que quizás no deba hacerlo”.
Ante el mismo dilema se debe encontrar Alonso Ruizpalacios, una futura figura de este inventario, quien es hoy día el único alumno originario de un país de lengua no inglesa en la Royal Academy of Dramatic Art (RADA), el semillero de actores más célebre del planeta.
N. del E. Este texto especial acompañó la publicación del artículo sobre el espectáculo Tambores sobre el dique del Théâtre du Soleil (17 junio 2001).